En Londres puede haber muchos lugares que te permiten viajar al pasado, pero quizá solo uno en que el tiempo se detiene.
La primera vez que me ocurrió, el trayecto comenzó en Kensington y antes de llegar al destino, Ravenscourt Park, el vagón de metro ya avanzaba a cielo abierto. Un par de días más tarde, decidido a repetir la experiencia, dejé que me recibieran unos clásicos bancos de madera en la estación de Hammersmith. Éste es el barrio donde se encuentra Kelmscott House, la última casa del artista, escritor, editor y pensador del siglo XIX William Morris. A la difusión de su legado se dedica desde hace más de medio siglo la William Morris Society, en el 26 de Upper Mall, con el Támesis como frontera.
Al bajar en la estación de Ravenscourt, las casas de ladrillo negro nos conducen a aquel Londres en que el humo fabril de las chimeneas tiznaban el exterior de los edificios. Desde Hammersmith, la iglesia de St. Paul es la primera imagen que aparece al frente. Nos recuerda que el barrio no siempre estuvo dominado por el gran centro comercial que hoy cobija la propia parada de metro. Al salir, la humedad nos avanza que el río está cerca. Es, sin duda, el protagonista de una zona de contrastes. Entre la modernidad del cine Apolo y las casas de estilo georgiano y victoriano que se alzan en la ribera del Támesis. Entre el ruido de los coches que atraviesan King’s Road y el silencio que envuelve Hammersmith Creek, el único parque que sobrevive de entre los muchos que se alzaban a finales del siglo XIX. Entre la prisa que uno soporta encima, el peaje de la gran ciudad, y la tranquilidad que busca al dirigirse a este lugar.
Una vez en el Mall, dividido por el parque, el viento que empuja el río hace lo propio con las nubes. El gris del día, si ha amanecido nublado, se convierte en ligero azul. Entendedme, Hammersmith no deja de ser Londres y estamos a comienzos de noviembre, pero la magia tranquila del lugar es capaz de arrancar algún rayo de sol. Con algo de suerte se reflejará en el puente que queda a la izquierda del río, el Hammersmith Bridge del que tanto se quejó Morris en su tiempo. Los autobuses y los coches que lo atraviesan constantemente han olvidado el antiguo de piedra, pero cruzarlo sigue siendo una buena idea e ir hacia las líneas de árboles que se adivinan en el horizonte. Si decides pasear por Upper Mall, te recibirán las fachadas de unas casas que completan uno de los paseos más reconfortantes que puedes hacer en esta ciudad. El sonido del viento, la proximidad del río y la única compañía de las gaviotas son capaces de transportarte a una costa a medio camino entre la imaginación y la realidad. Los balcones de las viviendas, rendidos ante las madreselvas que trepan por sus huecos, muestran la importancia de la vegetación en el lugar y anticipan el plato fuerte del recorrido.

www.williammorrissociety.org
En la entrada de Coach House, el antiguo taller particular de William Morris, es posible sentir el abrazo de la naturaleza. Las plantas decoran su fachada y al entrar en la casa, lamentablemente solo jueves y sábados, uno descubre que también lo hacen con su interior. Visitar esta casa es una gran oportunidad para acceder a un mundo que hoy se nos aparece lejano, extraño, donde las ciudades hacían suyo el campo. Visitar Kelmscott House permite pensar en el tiempo que dedicamos a las cosas realmente importantes: una bebida compartida con los amigos, la capacidad de asombrarnos por el canto de un pájaro o por el sonido de un árbol al ser acariciado por el aire. La belleza de nuestra vida cotidiana, siempre lista para ser descubierta.
Visitar este lugar es especial para los amantes de la lectura. “Noticias de ninguna parte”, el libro que Morris escribió inspirado por los dramáticos cambios que estaban produciéndose en la sociedad de su tiempo, es algo más que una guía de viaje al uso. Es la posibilidad de dialogar con el lugar en que vivimos. Con las personas que caminaron por sus calles, tiempo atrás. Es un viaje al interior de uno mismo. La misma sensación que se tiene al cruzar el umbral de la puerta, esta vez de salida, al levantar la vista y ver el cartel que nos despide.
Alcemos la copa por nuestros recuerdos. La vida está hecha para ser compartida.
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Autor: Alejandro Pérez-Olivares, Historiador.
Un gran amigo de QverLondres que nos visitó recientemente y escribió éste fantástico artículo para compartirlo con nuestros lectores.